Estoy en mi cuarto, tengo una pera a medio comer en un plato, un cuchillo a lado de mi cama.
Mi primer novio formal, de más de dos años de relación, me acaba de dar una bofetada. Tengo 18 años o los voy a cumplir pronto.
Apareció en mi casa, aunque se supone que iba a una presentación de un escritor que a mi no me gusta. Le dije que mejor no iba, estaba cansada, quería leer algo y estudiar.
Llegó creo que a verificar que sí estuviera en casa, vigilando como hace ahora.
Estoy aterrada, veo el cuchillo, mi hermano está en su cuarto, escucho los reclamos, las disculpas.
Y empiezo a recordar una historia, una imagen se acomoda en mi cabeza.
Mi tía Laura me sacó de la casa de mis abuelos para comprar pan.
Yo no comía pan, ni me interesaba salir a nada, por fin estaba mi papá en la casa. Pero amaba a mi tía y lo que ella me pidiera yo lo hubiera hecho.
“Aura, acompáñame por pan”
Así que salimos.
Yo era pequeña, no más de 10 yo creo. No conocía bien Morelia, o el barrio de mis abuelos, o dónde estaba la panadería esa. Así que no me extrañó el camino.
Salimos, dimos la vuelta por la esquina de la casa y paramos en la iglesia, ni siquiera sé cómo se llama, aunque puedo dibujar el mapa. Estábamos tan cerca de la casa que estaba segura que podrían escucharnos.
En la escalera, mi tía Carmen, mis primas, mi primo (probablemente).
Mi tía Carmen tenía una mejilla hinchada, ese ojo cerrado. Lloraba un poco. La segunda hija de mi tía Carmen (tuvo cuatro en total) es de las pocas primas cercanas a mi edad.
Supongo que Sofía, Susana y yo jugamos un poco, o por lo menos nos distrajimos juntas.
Laura y Carmen hablaban, una lloraba, la otra le decía “Déjalo, vente conmigo” “Nos vamos hoy mismo a México” (se refería al DF ahora CDMX) “No quiero que nadie me vea” “Espérame aquí, dejamos el pan y vengo por ti y nos vamos ya”…
Carmen lloraba pero no se fue con mi tía Laura, se fue con sus hijas y tal vez su hijo (si es que ya había nacido) de regreso con su marido, un golpeador junior hippie bueno para nada en realidad, a Guadalajara.
Yo solo la vi golpeada una vez, pero sé que pasó muchas veces, todas las veces, muchos años, demasiados.
Laura estaba triste y furiosa, como se está cuando alguien a quién amas se niega a dejar atrás el daño. Como lo estás cuando te frustra no poder rescatar a alguien. Como lo estás cuando una mujer que amas está atrapada y no se deja rescatar.
Fuimos por el pan. Había que llegar con el dichoso pan a casa de mis abuelos, después de todo, a eso íbamos ¿no?.
Antes de entrar a la casa me dijo que no contara nada. Y me dijo algo más “Que nunca se te olvide”.
Nunca se me olvidó.
Lo recuerdo clarito clarito mientras escucho las disculpas, los reclamos que él empieza a decir sin pausa o tregua, viendo el cuchillo en su mano amenazando con lastimarse.
Lo recuerdo clarito clarito mientras pienso en cómo lograr que suelte el cuchillo, cómo hacer que se vaya, que mi hermano menor no escuche nada en su cuarto a lado del mio.
Lo recuerdo clarito clarito cuando me dice que lo siente mucho, que lo hizo desesperado por la sensación de perderme, que últimamente yo ya no quería hacer nada con él, que seguramente no lo iba a perdonar o entender porque soy como mi mamá.
Lo recuerdo clarito clarito cuando le digo solo vete, si quieres que te perdone, solo vete. No sé ni qué estoy prometiendo ni me detengo a pensar el porqué de que él tenga que ser consolado después de pegarme. Solo quiero que se vaya.
Lo recuerdo clarito clarito ahora que por fin se fue, reiterando que claro que lo amo, y que claro que lo perdono (solo quiero que se termine de ir).
Lo recuerdo clarito clarito mientras cierro la puerta sabiendo que no hay forma de perdonar, que no quiero estar nunca en las escaleras de una iglesia con moretones y un ojo cerrado, que no quiero que nadie mienta, saque a una niña como coartada y para darle una lección y diga que va por el pan.